Por Ariel Guarco
La desigualdad entre los géneros dejó de ser sólo un dato. Hoy es claramente una problemática visible, latente en casi todas las esferas de la vida social, en distintas latitudes de nuestro planeta. Y es necesario revertirla.
De acuerdo a los datos de Naciones Unidas, en los países más desfavorecidos las mujeres trabajan un 13% más tiempo que los hombres, con el agravante de que el 63% de su trabajo son tareas domésticas no remuneradas: cuidado, alimentación, limpieza. La situación es similar en los países mas ricos, donde las mujeres también trabajan más y el 64% son tareas no remuneradas.
Como movimiento cooperativo no podemos ser ajenos a la pelea que sobre todo las mujeres vienen dando para que sean reconocidos sus derechos civiles, laborales,económicos... Mucho menos podemos desconocer las situaciones de violencia, simbólica o incluso física, recurrentes en nuestras comunidades. Debemos involucrarnos.
Las cooperativas formadas para atender la salud de personas vulnerables en su domicilio, por ejemplo, están expandiéndose por todo el mundo y muestran la histórica subordinación femenina en la economía del cuidado.
Existen pactos y protocolos que surgen del propio movimiento para combatir la violencia.
La posibilidad de las mujeres de participar en la dirección de cualquier cooperativa, ya sea en la producción o los servicios, en el ámbito urbano o rural, muestra un camino sostenible para alcanzar la tan necesaria equidad de género.
En la Alianza, hemos revalorizado este objetivo al incorporar al Consejo de Admistración a la presidenta del Comité de Equidad de Género. Esperamos que cada miembro jerarquice el rol de la mujer y que cada vez sean más las que tomen cargos de conducción. La equidad de género es posible, depende de nosotros y nosotras.