Cambios tecnológicos, economía del conocimiento, big data y deslocalización son, entre otros, factores que vienen impactando velozmente en el mundo del trabajo, donde aún debemos contar también otras cuestiones como la inequidad salarial entre mujeres y hombres y, lo más grave, el trabajo esclavo, que oprime a personas de todos los géneros y todas las edades en distintos puntos del planeta.
Las cooperativas ofrecen otro paradigma, donde la inclusión, la participación y el crecimiento van de la mano. Sabemos que alrededor del 10% de la población empleada en el mundo lo hace dentro de este tipo de organizaciones. Es un dato alentador pero insuficiente.
Las sociedades necesitan cada vez más empresas resilientes, que sean capaces de innovar sin descartar a las personas, que puedan atravesar las crisis financieras sin desaparecer, que puedan abrir fuentes de trabajo a jóvenes y adultos, a personas con discapacidad, a hombres y mujeres a las cuales ofrezcan igual remuneración por igual tarea.
Por último, en un escenario de creciente penetración de las tecnologías de la información y la comunicación, sepamos usar esas herramientas para democratizar aún más el trabajo, al contrario de otras tendencias que las están implementando para desregular las relaciones laborales y precarizar el empleo.
Nuestras plataformas cooperativas no pueden simplemente minimizar los costos de transacción entre un productor individual y un consumidor individual. Deben garantizar que las condiciones de trabajo de ese productor sean las que él o ella haya decidido de forma participativa con el grupo de miembros de la red y asegurar al consumidor un precio justo por un producto de calidad.
Sin temor a los avances tecnológicos, defendamos nuestro modelo cooperativo, con sus principios, sus valores y sus 174 años de historia creando trabajo decente para todas las personas.